Te Cortaría en Mil Pedazos : relatos, historias propias. Resucitandote en cada historia. | Weblog de Cristian Sena

Con un átomo tuyo la foto es perfecta. Y todavía seguís pensando en la tontería de que la gente desaparece al doblar la esquina, y me queres hacer creer que eso es cierto. Me contás con total excitación que cuando muere una persona que no la reclama nadie... Ella toma un trago de cerveza largo, cierra los ojos para tragarlo y se le ponen vidriosos, (supongo que será el gas aunque ya tiene poco) y con una acentuada falta de aire que le hace acortar las palabras, me sigue contando que ese es el ejemplo exacto de una persona que vivió solo un día. Que doblo una esquina, que no existe más, que desapareció.
Y me aclara, que la desaparición no es física, sino del alma, que tuvo que venir hacer algún tramite, a cumplir una promesa, a cerrar una historia, no sé, y me vuelve a mostrar los dientes aclarándome lo de la desaparición física, entre risas dice que ella no esta tan loca como para pensar que los cuerpos desaparecen así porque sí. Y yo me enamoro de ella un poco más, a cada rato.

Sinceramente muchas veces yo quise que ella fuese una persona de un día, pero eso no importa porque eso no existe. Teníamos sed todas las noches, arrancábamos con una cerveza tibia como para calentar la garganta y nos incendiábamos con Whisky y rock and roll. Todo un desafío intentar dormir. Nos abrazábamos fuerte, (Muchas veces al inodoro) y cuando llovía, aún más, porque los truenos nos hacían saltar del colchón, siempre esa loca fantasía de que el techo se nos cayera encima, entonces corríamos el colchón debajo del marco de alguna puerta, yo sentía toda tu fuerza apretando mis brazos.
La paz de la luz en tu vientre y la calidez del sol, gigante, coleccionista de suspiros.
Éramos dos extraños no afectados por Los Simpsons, de los que piensan que el mundo necesita una segunda oportunidad que nadie nunca se la dará. Por qué es así.
Y tus labios, y tu piel, color durazno, mi nena salida de una fotografía analógica.
Lo que ella nunca logro entender fueron mis llantos de madrugada, cuando solía estar borracho tirado en el baño, solo me bastaba con ver una foto y pensar que nada se congela en el tiempo, que todos tenemos un reloj interno, un terrorista en la sangre. Y en ese instante mi mundo se caía a pedazos.
Y ahora tengo un problema en la cabeza, que no lo podes solucionar vos, y créeme que el problema es un poco grave, no sé en realidad si es un problema, es más bien, algo que puede llegar a dañar a otra persona, pero que le vamos hacer, my lady, siempre pasaran estas cosas, no se puede optar por una decisión sin dañar a alguien, cuando creemos que no estamos dañando a nadie, en realidad, nos perjudicamos a nosotros mismos. Porque somos la maravilla de la naturaleza. Y vos, muñeca, sos la reina.
Son cosas así, bocados de amor instantáneo, a quien no le paso eso de enamorarse a simple vista de una persona y ver como se aleja, como sigue su rumbo sin serle uno correspondido, y esas son cosas que me dañan. Hasta que dobla la esquina, ahí mi pulso se acelera y es una adrenalina especial que siento, las mil voces en mi odio, las despedidas, los te amo, la puta sensación de no saber si esa persona ya habrá desaparecido o si todavía estará ahí.
Y al cambiar de cuadra nace una nueva búsqueda frenética, olvidando todo lo anterior en el acto.
Siempre fueron mejores las fotos instantáneas.

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Cuando toco el piano, en realidad estoy dormido. Es tanta la relajación que me produce que me impide estar concentrado en lo que hago, me traslada a otro lugar, mi cuerpo es poseído por musas. Mis dedos rápidos y ágiles, no dejan de golpear pedacitos de madera. Una tristeza acciona las palanquitas y me conduce a la nostalgia de Giulietta.
Esa que fue mi inspiración. La diosa divina que nunca tendría que haber estado en la cama conmigo.
Giulietta, su piel era una seda, yo sabia que el dolor vendría y dejaría todo hecho un caos. Como siempre pasa cuando el amor se va. Pero ella siempre lucia increíble, arreglada, hermosa, jean, musculosa blanca, camisa rosa, pelo lacio, cortito, dulce, constantemente invitándome a besar, a tocar.
Como todo artista no puedo depender de una sola musa. Entonces entro Teresa en escena, hostil, guerrillera, pasionaria.
Su sensibilidad me hacia creer que me amaba. Por un momento se me ocurrió casarme, e irnos a cualquier lado, le dije que dejaría de tocar. Que ya nada me importaba más que su amor, sus pechos y sus hermosos ojos negros, profundos, penetrantes, de esos que te sacuden en cada mirada.

Ella comparte el mismo lugar que Giulietta. El lugar más triste que puede ocupar una mujer, aquel que ningún hombre logra olvidar.
Cada nota me trae imágenes de Teresa y de Giulietta, efímeras, lo suficiente para que pueda verlas.
Mis dedos se enfurecen, golpean cada vez más violentos, mis ojos se cierran bien fuertes. El corazón palpita cruel sin anestesia, estalla mi pecho. Vienen y se van más imágenes, con más velocidad, me esfuerzan a tocar más rápido, con locura, el corazón sigue golpeando, se descontrola y mis palpitaciones aumentan. Me erecto sobre el diminuto asiento, me tambaleo para los costados, temo perder el equilibrio pero tampoco puedo frenar, es que ya no soy yo el que toca.
Quizás sea Giulietta la que se encarga de tocar los temas sutiles y tristemente alegres. Tal vez Teresa es la que acelera mi pulso. La que me impulsa a golpear las teclas con odio, con bronca.
Pero ninguna de ellas esta físicamente y eso produce la tristeza de esta canción. Notas altas que utilizo para castigarme, mientras que las notas bajas se alargan para apaciguarme, respiro una bocanada de aire y lanzo un grito de suplica, un grito de auxilio, grito Giulietta desesperado. Mientras pienso en las tetas de Teresa, redondas perfectas, paradas, duras y suaves, en su cuerpo dotado de hermosura. Escalofríos recorren mi cuerpo y mis manos siguen exprimiendo teclas que clavan estacas en mi corazón. Ya no sé si estoy haciendo música, no sé que es lo que hago realmente. No puedo respirar y todo se me abalanza encima, me aplasta, tambaleo en el asiento, abatido caigo de boca al piso.
Toco mi sien y percibo un líquido espeso, abrazado a la pata del piano, me desvanezco en la habitación.
Por fin encuentro a las dos; Giulietta y Teresa, todavía exigen que les explique por qué las mate.

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