Te Cortaría en Mil Pedazos : relatos, historias propias. Resucitandote en cada historia. | Weblog de Cristian Sena

Condenados al ascensor de un departamento de capital federal, al ascensor de metal, el de acero cepillado, al que temés que cierre la puerta y te parta a la mitad, o aún peor que comience a subir y te corte la cabeza. Malditos ascensores.
Bombacha, corpiño, calzas, vestido, zapatos, campera de jean, anteojos y tu anillo de la suerte, cábala de algo que nunca va a pasar. Así salís cada dos días. Lunes y Jueves. Te observo detenido. ¿Cuánto más cargaras que no llego a divisar? ¿Cuánto pesara tu edad? Los días de lluvia cambias la campera por un piloto negro, los zapatos por un par de botas rosas chicle, irritantes. Usas aros, solo los días de lluvia, paraguas en mano, bajas del ascensor. Cuando llueve usas reloj, todavía no logro descubrir porque.
Ascensor que compartimos cuando no me duermo, ascensor que más de una vez lo baje con la tasa de café amargo, el mismo café que me estoy por preparar ahora.
Tomo café con ventilador, me encanta. Odio capital. Ya hace varios meses que vivo en este edificio medio pelo, en realidad medio pelo soy yo, o mi timidez que no me animo a saludarte cada vez que te encuentro bajando conmigo, será que tus auriculares me bloquean, o será tu boca carmesí. ¿Será la música que escucho?
Me conformo con verte en el espejo de reojo, cuando sé que cambias de tema.
Siempre te dejo salir primero como cortesía, y por que tu culo me encanta. Porque lo moves tan sutilmente, una poesía es verte ir, un puñal. Y el pelo hecho un quilombo, supongo que te peinaras en el colectivo.
Fumas Marlboro de los color marrón, no sé que mierda es eso.
Una vez intente convidarte de mi café, presentí que tuviste una noche agitada, tus dos bostezos te delataron, con tanta mala suerte que justo freno el ascensor y lo volqué en el piso. Corriste asustada, casi te caes, me habrás puteado, y te habrás reído, soy inútil cuando estoy nervioso.
A veces usas cordones rojos desatados.
Se tu nombre gracias a la correspondencia, 9F.
Ayer te deje un bonobon en la puerta. Hoy lo vi en el tacho de basura, me sentí un acosador, un espía, un ladrón. Yo hubiera hecho lo mismo, no me comería una golosina tirada en el piso, pero esa sí esa del tacho de basura porque era mía. Tuya en realidad, entonces me conforme con que vos lo hayas tocado y guarde el papel, en el bolsillo. Lo tiré a media tarde, todo pegoteado, asqueroso.
Mañana estoy dispuesto a saludarte, y a decirte, “hola”, aunque sea en mímica, la película que ví, me impacto, y yo no quiero que me pase eso aunque nunca voy a ir Alaska, decía que “La felicidad es real sólo cuando es compartida”.
No me animo ni a buscarte en Facebook, corro el riesgo de no encontrarte o de encontrarte. Y no podría volver a mirarte a los ojos, después de eso, cual seria la excusa, “agregué a todos los del edificio, bórrame cualquier cosa”. No tiene lógica.
Muchas veces siento culpa de pensarte todo el día.
Busco problemas, quiero problemas, que todos andamos flojos de papeles y se me antoja un pedazo de vos.
Aunque estés rota y casada.

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